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En la primera y segunda parte de este estudio hemos hablando de la preparación que debemos tener para participar de la mesa del Señor pues allí comeremos del pan y el vino, el cuerpo y la sangre del Cordero de Dios, que es una comida tan especial la cual no todos tienen derecho a comerla y sus nutrientes espirituales deben producir cambios en nuestras vidas, por lo cual es necesario que nos examinemos a nosotros mismos como lo dice la escritura.

 

1 Corintios 11:28 (LBLA) Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa.

 

Después de examinarnos, podemos sentarnos a la mesa, porque si no lo hacemos corremos el riesgo de acarrear muerte y condenación para nosotros. El discernirnos es una evaluación profunda de cómo nos estamos comportando, para lo cual Dios nos da un voto de confianza pues nos considera responsables como para examinarnos; sin embargo, aunque seamos sinceros en nuestra evaluación, si no tenemos las herramientas adecuadas podremos hacerlo de una manera incorrecta. El ejemplo lo vemos en David, pues él pudo discernir que tenía pecados que le eran ocultos (Salmos 19:12), es decir que tenía pecados dentro de sí que no los había considerado como tales o quizá ni siquiera sabía que existían.

 

Hemos insistido en que lo primero que tenemos que examinar son nuestros pensamientos, para que se produzca en nosotros una metanoia, es decir la transformación de nuestra manera de pensar. Esto solo lo lograremos por medio de ponernos a la luz de la Palabra, pues es la que discierne nuestros pensamientos y nuestras intenciones. Un ejemplo de cómo debemos discernir nuestros pensamientos es en la oración.

 

Lucas 18:11 (LBLA) El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos.

 

Este hombre oraba para sí y no para Dios; esto quiere decir que necesitamos analizar nuestra motivación para orar de la forma en que lo hacemos, porque puede ser que lo hagamos para que nos vean o para que alguien específico, que no es Dios, escuche nuestras peticiones. La palabra dice que debemos orar en secreto para que nuestro Padre nos recompense en público (Mateo 6:6), aunque esto no quiere decir que no lo podamos hacer en presencia de otras personas, pero debemos analizar nuestras intenciones.

 

Si seguimos analizando el territorio de “nosotros mismos”, podemos observar en la escritura otros casos:

Lucas 9:25 (BTX2) Porque, ¿qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se destruye a sí mismo?

 

Marcos 5:5 (ENV) Y siempre, noche y día, él estaba en las montañas, y en los sepulcros, gritando, y cortándose a sí mismo con piedras.

 

Estos dos versos nos hablan de la autodestrucción, que es una conducta orientada hacia el daño a uno mismo, ya sea buscando un daño inmediato (golpes, heridas intencionadas, quemaduras, cortes y hasta el suicidio) o mediante un daño que tiene un efecto a largo plazo (relaciones sexuales sin protección, practicar deportes extremos, consumo de drogas, adicciones, alteraciones en la conducta alimentaria, etc.) Esto se hace no necesariamente con el fin de acabar con la propia vida, sino experimentar cierto tipo de placer, ya sea de forma consciente o inconsciente o debido a un sentimiento de culpabilidad por algún pecado que hayamos cometido. Si hemos caído en alguna de estas conductas autodestructivas, debemos pedir al Señor que nos ayude para dejarlas y si sentimos culpa por algo que hemos hecho, podemos apelar a la misericordia del Señor pues sobe todo juicio triunfa Su misericordia.

 

Mateo 19:12 (RV 1909) Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron á sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo.

 

Los eunucos eran hombres que habían decidido morir al área sexual en su vida. El Apóstol Pablo también rindió esto delante del Señor, pues murió a su derecho de estar casado (1 Corintios 9:5) como lo estaba Pedro (Mateo 8:14). Esto no quiere decir que debamos renunciar totalmente al área sexual, sino ponerlo bajo sujeción, ya que en 1 Corintios 7:5 podemos entender que el tener nuestras pasiones sexuales bajo control nos da una mayor capacidad para alcanzar cosas espirituales. Esto también lo podemos observar en David, a quien le fue permitido comer de los panes de la proposición del tabernáculo porque se había abstenido de mujer (1 Samuel 21:4). Esto funciona de forma similar a los atletas en lo terrenal, que son apartados de sus esposas cuando tienen una competencia importante.

 

Efesios 5:28-29 (LBLA) Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. [29] Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia;

 

Otra forma de probarnos a nosotros mismos es observar el trato que tenemos con nuestra esposa, es decir que para los casados el territorio de “nosotros mismos” se extiende también a la esposa y nuestro trato con ella, de la misma forma con las mujeres en el trato a sus esposos.

 

1 Tesalonicenses 4:4-5 (VM2) que cada uno de vosotros sepa señorearse de su propio cuerpo, en santificación y honra, [5] no en la pasión de concupiscencia, así como los gentiles que no conocen a Dios...

 

1 Tesalonicenses 4:4-5 (RV60) que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; [5] no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios;

 

Al leer estos versos en ambas versiones, podemos observar que el señorearnos de nuestro propio cuerpo se refiere a la conducta sexual con nuestro cónyuge, y uniendo esto al verso de Efesios 5:28 deducimos que no podemos maltratarla en lo sexual, porque estaríamos maltratando a nuestro propio cuerpo. Este maltrato se puede dar humillándola al obligarla a hacer cosas en lo sexual que para ella son desagradables o considera incorrectas.

 

Pidámosle al Señor el tener la capacidad de examinarnos a nosotros mismos en estos aspectos, de tal forma que si hemos cometido alguno de estos errores podamos arrepentirnos y cambiar para que podamos acercarnos a la mesa del Señor con libertad.